29 octubre 2014

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, HOMBRES NECIOS QUE ACUSÁIS


SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana fue una escritora mexicana del siglo XVII, está considerada como la mayor figura de las letras hispanoamericanas del Siglo de Oro. 

Fue una niña de inteligencia precoz y por vocación religiosa o quizá para evitar las ataduras del matrimonio ingresó a los dieciséis años en el convento de las carmelitas descalzas de México y más tarde entró en la Orden de San Jerónimo donde permaneció hasta el fin de sus días. 


En el convento, Sor Juana Inés de la Cruz se dedicó al estudio y a la escritura y llegó a tener conocimientos profundos en astronomía, matemáticas, lengua, filosofía, mitología, historia, teología, música, pintura y cocina.

Dentro de su celda reunió una excelente biblioteca de cuatro mil volúmenes, instrumentos musicales, mapas y aparatos de medición.


Sus superiores religiosos  llegaron en ocasiones a prohibirle leer y estudiar y en una de sus cartas respondiendo a las críticas del obispo de Puebla por dedicarse a temas mundanos, Sor Juana Inés defiende su libertad de expresión y sus derechos intelectuales y los de todas las mujeres al conocimiento sin límites.


Sin embargo, finalmente obedeció y entregó para su venta todos los libros de su biblioteca, sus útiles científicos y sus instrumentos musicales, para dedicar el producto de ellos a fines piadosos. 

Por la importancia de su obra, recibió los sobrenombres de «Fénix de América», «la Décima Musa» o «la Décima Musa mexicana».



HOMBRES NECIOS QUE ACUSÁIS
Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causa.

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue livianidad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Más, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.







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